Yoselin, de 27 años, nacida en Barquisimeto, Venezuela, es una madre de un pequeño de 3 años y la tercera hija de doña Juana. Es una mujer de ojos profundos y sonrisa amplia. Como ella misma dice: nadie la para cuando se trata de conversar, y lo ve como una gran cualidad que le ayuda a vender.
Lleva 6 años en Bogotá, sin embargo, ha pasado tantas dificultades que no ha logrado estabilizarse económicamente. Su migración comienza con tropiezos, cuando al pasar por la frontera con Colombia, la inexperiencia le juega una mala pasada y debe dar todo el dinero que traía para entrar al país de forma ilegal. “Yo era una niña en mi casa. Esa fue la vez que más miedo tuve porque dije, me quedé aquí en mitad de frontera y no tengo cómo pasar”.
Finalmente, al entrar a Colombia, Yoselin encontró a un amigo quien le ayudó a reunir dinero para que ella pudiera montarse en un bus rumbo a Bogotá, en donde una prima le esperaba. “Cuando yo llegué aquí pesaba 45 kilos. La situación económica fue la que me hizo venirme, ya que faltaba mucha comida, estaba demasiado delgada”.
Una nueva vida: muchos desafíos
En Venezuela, Yoselin había tenido un par de experiencias laborales por cortos periodos de tiempo, siempre con el objetivo de ayudar a su mamá y hermanas. Sin embargo, ninguna alcanzaba para llevar un mercado completo a su hogar ni permitirle finalizar el bachillerato.
Así, cuando llegó a la capital colombiana comenzó un camino de supervivencia. “Mi prima me ayudó a comprar azúcar y café y yo, la mañana siguiente, sin conocer, sin saber dónde iba, me paré temprano, hice mi café, me llevé mi termito y me fui por ahí a caminar a ver dónde iba. Y empecé a vender tinto. Me costó un poquito venderlos porque me iba muy lejos y me perdía. Hasta que conocí muy bien la zona y me comenzó a ir bien”.
Sin embargo, llegó la pandemia y se acabó esa entrada económica. Yoselin junto a su prima optó por vender tapabocas. Luego, cuando la vida en las calles comenzó a reactivarse, Yoselin retomó su antiguo negocio. No obstante, las ganancias no eran las mismas.
“Entonces decidí buscarme un trabajo para que me diera sueldo fijo. Ahí fue cuando entré a trabajar a un restaurante. No sabía nada de cocina y me pusieron de ayudante. Era malísima para todo eso, quemaba todo. Aunque la señora me tenía mucha paciencia. Sin embargo, no me pagaba tan bien”.
La familia crece y con ella las necesidades
Pasado un tiempo, Yoselin conoció en este restaurante al que ahora es su esposo y padre de su hijo. Al quedar embarazada, se vio obligada a dejar su trabajo por cuidarse a sí misma y comenzó un nuevo reto: acceder al sistema de salud colombiano.
“Me compliqué mucho y no conocía cómo funcionaba aquí. Y como yo era migrante, no me atendían. No podía pedir consultas médicas. Ingresé a un programa que nos ayudaba a tener los controles, pero el programa finalizó y dijeron que teníamos que esperar, entonces duré como dos meses sin tener consultas. Hasta que llegó el parto y me atendieron por emergencias”.
Desde el nacimiento de su hijo, Yoselin se dedicó a su cuidado y al hogar. El único ingreso económico que con el que han quedado es el del esposo quien se dedica a la entrega de domicilios, lo cual no es suficiente para los 3. Entre tanto, llegó a vivir con ellos doña Juana, la mamá de Yoselin.
ADN Dignidad: en el momento oportuno
Cuando le llamaron para ingresar al programa, Yoselin asegura que la alimentación de su hogar era complicada: “mi hijo, gracias a Dios estaba en el jardín y allí lo alimentaban. Entonces lo único que nosotros teníamos que darle era la cena. Nosotros comíamos arroz con huevo, lentejas y de vez en cuando un pollito. No me importaba si yo no comía o dejaba de comer, él tenía que comer. Y siempre estábamos endeudados con el arriendo”.
El hogar de Yoselin ingresó al programa a finales de 2024 por Acción contra el Hambre. Hace parte de los 4.074 hogares beneficiados en el último semestre.
Con la primera transferencia monetaria compraron un mercado con alimentos variados, completaron para pagar el arriendo y Yoselin destinó una pequeña parte para reactivar la venta de café. Además, ella resalta la buena atención recibida y destaca los mensajes que escuchó en la jornada de bienvenida: cómo tener una alimentación más saludable, como regularizar su situación migratoria y aumentar la capacidad de ahorro.
ADN Dignidad ha llegado en el momento en que más lo necesitaban, mencionan Yoselin y su mamá Juana. Ha reactivado, además, el sueño de tener su propio negocio. “Mi sueño más grande siempre ha sido poner la cafetería. Como un sitio para que las personas vayan a relajarse o a trabajar con sus computadoras. Desde que llegué y empecé a vender tinto, ha sido mi sueño más grande”.
Aún les quedan algunas transferencias por recibir y ojalá poder comenzar el camino de la recuperación económica, como dice doña Juana, “los sueños son como una plantita, una semillita que uno siembra nunca sabe cómo va a germinar. Y de repente se ve una planta. Y de repente ya hecha la flor. Entonces así son los sueños: uno se imagina algo y lo mantiene”.